Soleado domingo por la tarde, las canchas de tenis del Club del Banco Nacional de Desarrollo, en Martínez, están pobladas de señoras cuarentonas que con elegantes vestidos corren de un lado a otro las pelotitas amarillas y de señores cincuentones que, con remeras ajustadas a sus barrigas, practican drives y reveses. Pero esto no es lo que hemos venido a buscar. A escasos veinte metros de allí está el gimnasio de básquet Enrique Buero, el escenario escogido para llevar adelante el torneo de muay thai.
Treinta pesos es lo que cuesta acceder a ese mundo casi oculto y seguramente desconocido para los señores y señoras que corrían en el polvo de ladrillo. El new metal suena de forma ensordecedora proveniente de los cuatro parlantes ubicados cerca de una de las paredes. A escasos metros de allí está el ring, centro de atención de todos, rodeado de decenas de sillas de jardín rojas y blancas y unos pasos más atrás siete pequeñas tribunas móviles de madera.
En el gimnasio de básquet caminan con autoridad alumnos de la academia Muay Thai Argentina, organizadora del certamen, todos vistiendo la remera de la institución. Es difícil entender tantas tradiciones. Es necesario un guía y allí aparece Ignacio Fernández Castex, que con veintiún años ha comenzado a practicar este deporte hace cuatro meses. “La primera vez que vi una pelea de muay thai fue en un documental en televisión, en Discovery Channel o algún canal así. No me preguntes cómo llegué, pero apenas vi eso sabía que era lo que quería hacer”, cuenta entusiasmado y se ilusiona con poder participar de un torneo en corto tiempo.
“Te tiene que gustar mucho, acá no podes vivir del muay thai, pero en Tailandia (país de origen) sí. Allá es como acá con el fútbol. Mientras en la Argentina para salvarte tenés que ser futbolista, en Tailandia lo que te puede salvar es ser luchador de muay thai”, explica Fernández Castex, quien viste una de las remeras de la academia, que pueden conseguirse en el puesto de venta entre cincuenta y sesenta pesos. También se pueden comprar los pantalones de muay thai por un valor de ochenta pesos.
A las seis y media de la tarde se realiza la primera pelea y ese mundo oculto se devela. Dos mujeres se suben al ring y una de ellas, Romina Arana, la local, realiza una extraña danza llamada Wai Kru en la que se invoca a los dioses para pedirles protección y se agradece al maestro por los conocimientos transmitidos. Terminado eso, las patadas, rodillazos y golpes se convierten en el plato principal, todo acompañado de fondo por una tradicional música tailandesa. Las más de cien personas que se acercaron a ver el torneo gritan y vibran con cada impacto, será la constante de toda la tarde. Es la constante de este deporte.
Treinta pesos es lo que cuesta acceder a ese mundo casi oculto y seguramente desconocido para los señores y señoras que corrían en el polvo de ladrillo. El new metal suena de forma ensordecedora proveniente de los cuatro parlantes ubicados cerca de una de las paredes. A escasos metros de allí está el ring, centro de atención de todos, rodeado de decenas de sillas de jardín rojas y blancas y unos pasos más atrás siete pequeñas tribunas móviles de madera.
En el gimnasio de básquet caminan con autoridad alumnos de la academia Muay Thai Argentina, organizadora del certamen, todos vistiendo la remera de la institución. Es difícil entender tantas tradiciones. Es necesario un guía y allí aparece Ignacio Fernández Castex, que con veintiún años ha comenzado a practicar este deporte hace cuatro meses. “La primera vez que vi una pelea de muay thai fue en un documental en televisión, en Discovery Channel o algún canal así. No me preguntes cómo llegué, pero apenas vi eso sabía que era lo que quería hacer”, cuenta entusiasmado y se ilusiona con poder participar de un torneo en corto tiempo.
“Te tiene que gustar mucho, acá no podes vivir del muay thai, pero en Tailandia (país de origen) sí. Allá es como acá con el fútbol. Mientras en la Argentina para salvarte tenés que ser futbolista, en Tailandia lo que te puede salvar es ser luchador de muay thai”, explica Fernández Castex, quien viste una de las remeras de la academia, que pueden conseguirse en el puesto de venta entre cincuenta y sesenta pesos. También se pueden comprar los pantalones de muay thai por un valor de ochenta pesos.
A las seis y media de la tarde se realiza la primera pelea y ese mundo oculto se devela. Dos mujeres se suben al ring y una de ellas, Romina Arana, la local, realiza una extraña danza llamada Wai Kru en la que se invoca a los dioses para pedirles protección y se agradece al maestro por los conocimientos transmitidos. Terminado eso, las patadas, rodillazos y golpes se convierten en el plato principal, todo acompañado de fondo por una tradicional música tailandesa. Las más de cien personas que se acercaron a ver el torneo gritan y vibran con cada impacto, será la constante de toda la tarde. Es la constante de este deporte.
Podes visitar el site en http://www.muaythaiargentina.com/
Nota: Gabriel Sabino / gnsabino@hotmail.com
Nota: Gabriel Sabino / gnsabino@hotmail.com
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